Irrita en el alma esa palabra furtiva,
escuecen rugientes los corazones
coronándose ausentes de sinrazones.
Me duele, me muere tu mirada que calla
[Y que olvida.
La relación con tu entorno social es complicada. El dolor te abstrae de tu alrededor y te lleva a encerrarte en ti mismo.
Al principio te enfrentas a una incomprensión que a ratos compartes. No todos entienden lo que ocurre. Te preguntan por educación y se ven en la falsa obligación de tener que darte su punto de vista. Frivolizan con sonrisas y comparaciones con otros. Las palabras vacías que has escuchado millones de veces: “se te ve mejor” “hay que tratar de ser feliz” “La actitud positiva es muy importante” “Hay gente que está peor” Aunque son palabras de aliento realmente demuestra incomprensión aumentando tu sensación de condena, de soledad ante ella. Cuando hay quien entiende y trata de explicar lo que pocos pueden entender, sientes una extraña sensación de alivio y hastío a la vez. Ver la diferencia tan palpable refuerza la sensación de falta de empatía, la magnifica. Otro dolor que suma con el físico.
Poco a poco, sin que te des cuenta, la condena te lleva a las ausencias. Algunas porque te resulta físicamente insufrible acudir a citas. Otras porque consigues ir, pero el dolor te impide participar como uno más. Algunas tienes que dejarlas al poco de llegar, sabiendo que detrás de ti dejas un recuerdo de preocupación. Con el tiempo llega la exclusión. Tu entorno se acostumbra a que no participes y, quizás por no causarte el daño de decir que no, dejan de proponerte planes. Y de esta forma, casi sin darte cuenta, estás de nuevo a solas con tu dolor.