Rezo al dolor con cada sol
que es el dolor mi único dios.
Un dios demonio que esclaviza
sin otorgar jamás manumisión.
Despiertas a un nuevo día de dolor.
La rigidez matutina te recuerda tu condición desde el primer segundo en el que abres los ojos. Sientes que tu vida se ralentiza y el dolor se agudiza con la misma intensidad. Salir de la cama, ponerte en pie y dar el primer paso puede costarte varios minutos. Los que tardas en asumir que esas acciones tienen un peaje de dolor que hay que pagar.
Cuando no eres capaz de ponerte erguido con normalidad, cuando necesitas apoyarte en ti mismo para levantarte de un asiento o terminar de erguirte te das cuenta de que las limitaciones van a marcar tu vida poco a poco.
Movimientos habituales que hacías sin pensar ahora precisan de más esfuerzo, de soportar dolor, vencer resistencias en tus articulaciones que antes no existían y necesitas ayudas y puntos de apoyo, a veces inverosímiles.