Noches largas que no quieren el día
Noches hirvientes que creman carbones
Brasas que emanan odiados vapores
Que apestan a tiempo en demasía.
Los días que consigues conciliar el sueño el dolor te despierta en la segunda mitad de la noche, a las pocas horas de empezar a dormir. Recolocar tu cuerpo se antoja imposible, consciente de que cualquier maniobra agudizará el dolor. Recuerdas el pavor que te sentías antes de ir a la cama, consciente de que este momento llegaría.
Entras en un duermevela que termina contigo otra vez completamente despierto a deshora. Permaneces inmóvil, intentando no despertar a la bestia que empieza a resoplar en tu espalda. Intentas guardar silencio, ahogando tus lamentos de dolor para no despertar a quien te acompaña. Otra vez los músculos empiezan a tensarse, apretando tus articulaciones, agudizando ese dolor que te mantiene insomne.
Esos momentos de inmovilidad física contrastan con el huracán de pensamientos que terminan por desvelarte. Otra vez despierto. Otra vez con pocas horas de sueño efectivo. Otra vez ese dolor insoportable rompiendo tu columna por dentro. Otra vez el porqué. Otra vez el cuándo va a parar. Otra vez el recuento de soluciones probadas y de las pocas que quedan por probar. Otra vez esas lágrimas congeladas que se deslizan hacia la almohada abrasando tu cara. Otra vez dando vueltas a tus dilemas, tus dudas, tus miedos y tu desesperación. Otra vez.