Enmudezco, me rindo, alzo la vista:
Lágrimas ácidas como caricias
son la memoria veraz y marchita
de un muro intangible, pared infinita.
Intentas seguir con tu vida y aparentar normalidad. Tu familia te sufre contigo. Miradas que te rasgan por dentro, que muestran que saben que algo ocurre pero que no consiguen entenderlo del todo y no saben qué hacer para ayudarte.
Intentas aislarles de tu realidad para protegerles. No quieres implicarles en tu sufrimiento. Te gustaría que, a sus ojos, al menos a sus ojos, nada de esto estuviese ocurriendo. Pero sientes sus dudas y sus miedos tanto o más que los tuyos.
“Estoy bien” contestas a sus preguntas, recibiendo de vuelta la mirada incrédula de quien te quiere, y querría creerte, pero no puede. Esa mirada que te sumerge de nuevo a tu realidad de la que había salido por un pequeño instante. Por un segundo habías creído estar bien, en tu esfuerzo por actuar. Su cara es más nítida que un espejo. En ella ves la realidad de tu sufrimiento. Y del suyo, que a veces duele más.