Al dolor encadenado, vertebrándome la vida,
rígido metal, sus hediondos eslabones
corroyendo mis entrañas, oxidados diapasones,
forjan día y noche su torcida siderurgia
La manifestación por excelencia de la espondilitis anquilosante es el dolor.
El dolor es el comienzo de tus alertas. Un dolor que no tiene origen definido. Te duelen partes del cuerpo que no se han golpeado, ni elongado, ni han estado sometidas a ningún tipo de sufrimiento previo. Viene y va, sin sentido ni razón. Hasta que se queda.
Dolor como antesala de la inflamación, de la rigidez, del cansancio, de la pérdida de concentración, de la falta de descanso, de la incapacidad para afrontar actividades cotidianas, de la afectación sistémica que acompaña la enfermedad.
Sin embargo, no solamente es dolor físico. Hay algo más allá. Están tus sueños rotos, que también duelen. Tus planes que se anulan, que también duelen. Tus sentimientos descontrolados, que también duelen. Tus relaciones que se escapan, que también duelen. Tus oportunidades perdidas, que también duelen.
Dolor como definición de los que no alcanzan a entender que sus implicaciones. “Es que le duele la espalda” dicen de ti. Ojalá fuese así, pero no. La realidad es que es mucho más que un dolor de espalda.