Camino de áspides henchido
que por mí ha de ser recorrido.
Por mí tan sólo, a mi dolor uncido,
tu consejo sobra: soy yo el peregrino.
Una enfermedad sin cura. Unas capacidades que merman. Un tratamiento que no cura, que se vuelve crónico como la enfermedad que trata. Una condena a la que te ves sometido día y noche, a cada brote, cada revisión, cada analítica. Buscando tu mejor solución. Aceptando los resultados de las pruebas y medicinas. Valorando opciones de operación, de nuevas dianas terapéuticas, calibrando tu mejora, aceptando pequeños avances en tu estado como auténticos éxitos.
Sumido en estos pensamientos, espoleados con brotes continuos de dolor, se acumula dentro de ti una furia que tratas de controlar. Consejos inexpertos del exterior te interrumpen sacudiéndote violentamente. Latigazos en forma de consejos inútiles sobre remedios que sabes que no funcionan, obviedades que ponen a prueba tu paciencia, ánimos que desaniman porque parten una ignorancia aún mayor que la tuya sobre el proceso al que estás sometido. En este momento se desata la ira, incontrolada, sangrienta, violenta, desagradable, que dejas escapar aun sabiendo que te arrepentirás a los pocos minutos. O no.
Es tu condena, tu decisión, tu proceso, tu encrucijada sobre la que a muy pocos dejas opinar y a nadie tomar decisiones por ti. En tu dolor mandas tú y solo tú.