Llorando cuencas descarnadas
Suena el dolor a ojos agostados.
Llanto vacío, seco y estéril
Que ni paz consigo trae
[ni aflicción alguna espanta.
El dolor, noche tras noche, día tras día, genera una frustración que va minando tu raciocinio. Aguantas, manejas y convives con el dolor a cada hora, cada minuto que pasa. Vives efímeros momentos de tranquilidad rotos por otro brote que te vuelve a la realidad de la enfermedad. Un sentimiento de angustia y desánimo se instala en tu cabeza.
Noches sin dormir, seguidas de días que se eternizan desde que salir de la cama ya supone un reto. Dolor que te impide y te parte. Sueño, cansancio, dolor, hastío, inmovilidad, dolor, ira, aburrimiento. Con tu cabeza bloqueada en estos pensamientos redundantes, llega la desesperación. Te encuentras con que cualquier posible solución se te antoja válida. La que sea, en ese momento te da igual. Antiinflamatorio, biológico, ensayo clínico para ti todo es lo mismo. Sólo puedes pensar en terminar con la condena. Unas horas o unos minutos te parecen suficientes. Te lanzas a cualquier opción con alguna posibilidad de funcionar, con la desesperación del náufrago que cree ver tierra en el horizonte.