Amistad, sustancia prohibida,
su sola mención me atemoriza.
La invoco estremecido en el cadalso
pues el beberla mi sed apacigua.
La gente que te quiere se preocupa por ti. Rehaces tu concepto de familia, aquellos con los que compartes completamente tu realidad; algunos familiares, ciertos amigos, pocos compañeros. Te das cuenta no es necesario tener la misma sangre para ser amado y comprendido, y que tenerla no garantiza la empatía y amor que necesitas para poder sincerarte.
Intentas protegerlos porque sabes que muchas veces se sienten incapaces de entender y hacer algo para ayudarte. Lo ves en sus caras, aún sin mirarlos. Tú sabes que sufren al verte, dudando qué hacer, qué preguntar, qué decir, cómo ayudar.
Los necesitas. Los anhelas cuando no están, pero no consigues disfrutarlos cuando los tienes al lado. Agradeces su mera compañía aún sin poder mirarlos ni expresar el inmenso valor que su compañía te aporta. Sentirlos cerca genera alivio, aunque pagas el precio de la culpabilidad por cargarles con parte de la condena.