La idea se fue fraguando sola entre nosotros. Como la enfermedad, dio sus primeras señales sin que nos diéramos cuenta. A Pablo le encanta la fotografía y quería hacer fotografiar el dolor como una experiencia, como contaba cada vez que compartíamos y comentábamos sus fotos. Antonio quería poner en palabras lo que ocurría a aquellos enfermos que no controlaban la espondilitis, como en aquellos tiempos en que la información disponible de la enfermedad se servía con cuentagotas y escribió un blog cuando esas cosas eran cosas de tres o cuatro frikis.

Durante noviembre de 2.019 se empezaron a tejer las redes a nuestro alrededor. Aún eran invisibles para nosotros, pero el proyecto nos estaba atrapando con ellas sin que nos percatásemos. Un viaje de Antonio a Madrid para otro proyecto común fue la excusa para jugar a fotógrafo y modelo. Lo habíamos hablado muchas veces y ésta parecía ser la oportunidad perfecta. Como casi todo lo que hacemos juntos, llevo unos días de planificación. Pensamos un poco la fotos que íbamos a hacer. Necesitábamos cuatro cosillas así que nos pusimos manos a la obra para tenerlo todo listo. Un poco de atrezzo encontrado en la red. Un viaje al pueblo a por magia familiar. Unos viejos pantalones que se metieron en la maleta a última hora en un despiste de la supervisora. Lo teníamos todo para empezar a divertirnos.

La sesión fue intensa. Salieron buenas imágenes, tal cual las habíamos comentado y planeado. Las expresiones que Antonio quería ver reflejadas, el juego de luces que Pablo tenía en la cabeza, tantas veces pensado y repensado. Recreamos las imágenes según estaban planteadas. Dilema y Desesperación nos cautivaron nada más hacerlas. La posición, la luz, los matices del físico de Antonio conjugaron perfectamente para que las imágenes dijeran lo que queríamos comunicar. Era bien entrada la noche cuando nos fuimos a la cama cansados, pero con ese grado de excitación que te da haber conseguido plasmar algo que estaba en la cabeza de los dos de una forma tan fascinante. Como con la espondilitis, una sensación similar al éxito placentero que nos produjo del primer fármaco que consiguió borrar de nosotros la espondilitis, que te hace ir por la vida con una sonrisa nerviosa de recién enamorado.

Al día siguiente, hablando en el desayuno, nos confesamos que ninguno de los dos había salido del todo de la sesión. Nuestra cabeza seguía inmersa en la sesión y las fotos que habíamos hecho. Tras reponer fuerzas hicimos el visionado. Vimos fotos que la noche anterior se nos habían pasado por alto porque buscábamos otras. Como con la enfermedad, que a veces das tanta importancia a un síntoma que hay otro que te destroza el cuerpo sin que te des cuenta. Allí aparecieron Lumbares y Dudas y Miedos.

Una mínima edición y enviadas al móvil, para poder verlas cómodamente mientras fumábamos en la cocina. Viendo un tras otra, las sombras, los gestos, los juegos de luces, las texturas de los objetos que formaban la imagen, los cortes que podríamos hacer nació el proyecto. Viendo una tras otra descubrimos que teníamos una historia delante de nosotros. Una app de móvil la hizo aún más palpable encadenando las fotos en un vídeo.

Mas allá del dolor estaba en nuestras manos para que la diésemos forma. Una forma de contar nuestra particular versión de la espondilitis, cruda y violenta a veces, como lo es nuestra enfermedad y por ende nuestra vida, pero tan real y positiva como las hazañas de otros más comerciales. Porque reconocer el dolor, hablar de los sentimientos que una enfermedad crónica produce, verbalizar lo que tantas veces es silenciado no se debe ver como algo negativo sino todo lo contrario. Dejar esta realidad para el circulo íntimo de cada uno, o incluso no compartirlo con nadie es contraproducente para el enfermo y su entorno, al menos para el entorno más directo. Es por esto que nuestro proyecto puede parecer a veces cruel, violento, doloroso o dañino. Lo es porque es así nuestra enfermedad y es así como nos toca vivirla y aceptarla. Esto no impide que seamos personas positivas, si no más bien al contrario: lo hace mucho más sencillo para nosotros. Aceptar la realidad tal y como es facilita mucho poder lidiar con ella y manejarla para conseguir una vida lo más plena posible dentro de las circunstancias de cada uno.